EL REINO FELIZ
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EL REINO FELIZ
Érase una vez, en tiempos remotos, un reino donde todas sus gentes vivían felices. Tenían un rey justo, alto, joven y atractivo; hijo del anterior y ya anciano monarca que dejó un legado de reinado honrado y al servicio de su pueblo. Era tan desprendido y austero que no se le conocían grandes riquezas. El valido del rey era un afable y campechano señor amigo de sus amigos. Se recuerda que en una ocasión uno de ellos, cegado por la avaricia, ocultó cincuenta cofres de oro en un reino extranjero. A pesar de que no era del agrado del pueblo no lo olvidó ni abandonó. Le dijo que fuera fuerte, que aguantara; fue obedecido y pasado el tiempo se supo que el amigo pudo retozar en la nieve.
El valido tenía como Recaudador Mayor a un eficiente funcionario. Hombre de extraña belleza, beatífica sonrisa y semblante ratonil. No era un recaudador cruel al uso como los que existían en los reinos infelices. El solo quería el bien del pueblo y para ello advertía a los miembros de la Asamblea del Reino, a los titiriteros, a los cómicos, a los juglares, a los correveidiles y a los chismosos entre otros, que conocía sus irregularidades y debían contribuir solidariamente al erario del reino.
En una ocasión un envidioso reino infeliz infiltró a una banda de orcos camuflados bajo una falsa apariencia élfica. Al conocerlo el valido ordenó a sus fieles servidores que los desenmascararan. El Recaudador Mayor descubrió a uno tan feo y desagradable que ni su élfico disfraz podía ocultar su maldad. Pero en su magnanimidad, en vez de recluirlo en las mazmorras de palacio lo advirtió en varias ocasiones. Incluso envió repetidas veces a sus subalternos para hacérselo saber. Finalmente el orco sucumbió y aportó el oro que correspondía al Tesoro Real.
Se sabe también del caso de una hermana de Su Preparada Majestad, mujer lela que cometió el imperdonable error de enamorarse del Campeón de las Justas del Reino. El rudo guerrero resultó ser un arribista que se aprovechó de la inocente infanta para, sin su conocimiento, realizar turbios negocios que lo condujeron ante la justicia. Uno de los justicieros pretendía también hacer lo mismo con la mema hermana del rey. Ante tal injusticia el valido ordenó a su más fiel servidor que buscase una solución al entuerto. Se encontró con dificultades porque había unos pergaminos falsos que la inculpaban. Los simples recaudadores, de escasos conocimientos, seguían viéndolos falsos; así que el principal recaudador recurrió a los jefes de estos que estaban más dotados y disponían de mágicos poderes. Gracias a sus conjuros convirtieron los papiros en falseados y el Recaudador Mayor ya no se veía obligado a denunciarla ante la justicia. Cuenta la leyenda que se frustraron las pretensiones del justiciero y que el esposo de la incapaz, aunque fue condenado, fue indultado pasados los años por un nuevo valido. El pueblo ya entonces había olvidado al basto guerrero y sus debilidades, y vivía en una plácida felicidad por lo que la mayoría no se enteró y los que lo hicieron alabaron tan justa decisión. Decisión que evitaba que los correveidiles de los reinos vecinos trasladaran las noticias de las visitas a la cárcel de los sobrinos y hermana del apuesto rey.
El reino no solo era feliz sino también justo. Cierto es que había algunos justicieros que cometían arbitriaridades. Pero el valido, poseedor del conocimiento de la justicia verdadera, consiguió el nombramiento para el Gran Tribunal de los juristas más capacitados y eruditos, que se encargaban de corregir los desmanes de los justicieros indocumentados. Se conoce el caso de uno que envió a las mazmorras a Maese Flesa, probo y honrado prestamista cuya única falta fue ser amigo de otro valido precedente. Anteriormente otro justiciero de dudosa reputación tuvo la osadía de investigar la Asociación de Amigos del Valido. Afortunadamente prevaleció la justicia y los atrevidos impresentables fueron apartados de sus funciones.
En otra ocasión los justicieros cometieron el error de liberar a un terrible criminal alegando que había cumplido parte de su condena en un reino vecino, pero el sabio Gran Tribunal revocó su decisión y lo devolvió a las mazmorras ante el alborozo del pueblo. Cierto es que en un caso precedente el Tribunal Superior de la Confederación de Reinos Felices ya les había hecho saber que debían dejar en libertad a otra sanguinaria delincuente de la misma banda. Por suerte prevaleció la justicia y el criminal siguió penando. Puede que después el TSCRF volviera a rectificar a la justicia del Reino Feliz, pero el valido lo que quería era que el pueblo lo aclamara para continuar en su cargo, después ya se vería.
Aunque era un reino feliz existían algunos condados que querían ser aún más felices. Durante años en uno de ellos imponía su voluntad un conde de la raza de los medianos ya anciano. Para evitar que soliviantara a sus súbditos todos los validos precedentes le permitían que se quedara con parte del oro que circulaba por su feudo. Pero le sucedió un ambicioso iluminado que quería aún más cantidad de oro y soliviantó a su pueblo. El valido reaccionó y el ratonil Recaudador Mayor se puso a trabajar. Poco después el justo sistema judicial, como por ensalmo, encontró irrefutables pruebas que inculpaban al conde retirado y su familia, tomando algunas medidas, aunque procurando no molestar en exceso al levantisco condado.
En este condado, como en el resto del Reino Feliz, también existían justicieros errados. Uno de ellos cometió la atroz ilegalidad de elaborar un borrador de Carta de Leyes que rigiera el condado cuando se convirtiera en el Reino Aún Más Feliz. La justa Justicia del Reino Feliz fue de nuevo tajante y lo apartó de su labor por atentar contra la Carta de Leyes verdadera.
En el Reino Feliz no había lugar ni para la arbitrariedad ni para la inseguridad jurídica. Sus felices súbditos siempre sabían a que atenerse.
Lamentablemente este es un cuento antiguo de los Tiempos Antiguos. En el mundo actual la realidad es mucho más cruda y dura. Existen regímenes como Rusia, China, Arabia Saudí, Venezuela, etc., donde sus habitantes son perseguidos, torturados, asesinados o encarcelados injustamente. Evidentemente hoy día no se hacen las cosas como en los cuentos añejos. Deberían ser más justos y actuar como actuaban el rey y el valido del Reino Feliz.
El valido tenía como Recaudador Mayor a un eficiente funcionario. Hombre de extraña belleza, beatífica sonrisa y semblante ratonil. No era un recaudador cruel al uso como los que existían en los reinos infelices. El solo quería el bien del pueblo y para ello advertía a los miembros de la Asamblea del Reino, a los titiriteros, a los cómicos, a los juglares, a los correveidiles y a los chismosos entre otros, que conocía sus irregularidades y debían contribuir solidariamente al erario del reino.
En una ocasión un envidioso reino infeliz infiltró a una banda de orcos camuflados bajo una falsa apariencia élfica. Al conocerlo el valido ordenó a sus fieles servidores que los desenmascararan. El Recaudador Mayor descubrió a uno tan feo y desagradable que ni su élfico disfraz podía ocultar su maldad. Pero en su magnanimidad, en vez de recluirlo en las mazmorras de palacio lo advirtió en varias ocasiones. Incluso envió repetidas veces a sus subalternos para hacérselo saber. Finalmente el orco sucumbió y aportó el oro que correspondía al Tesoro Real.
Se sabe también del caso de una hermana de Su Preparada Majestad, mujer lela que cometió el imperdonable error de enamorarse del Campeón de las Justas del Reino. El rudo guerrero resultó ser un arribista que se aprovechó de la inocente infanta para, sin su conocimiento, realizar turbios negocios que lo condujeron ante la justicia. Uno de los justicieros pretendía también hacer lo mismo con la mema hermana del rey. Ante tal injusticia el valido ordenó a su más fiel servidor que buscase una solución al entuerto. Se encontró con dificultades porque había unos pergaminos falsos que la inculpaban. Los simples recaudadores, de escasos conocimientos, seguían viéndolos falsos; así que el principal recaudador recurrió a los jefes de estos que estaban más dotados y disponían de mágicos poderes. Gracias a sus conjuros convirtieron los papiros en falseados y el Recaudador Mayor ya no se veía obligado a denunciarla ante la justicia. Cuenta la leyenda que se frustraron las pretensiones del justiciero y que el esposo de la incapaz, aunque fue condenado, fue indultado pasados los años por un nuevo valido. El pueblo ya entonces había olvidado al basto guerrero y sus debilidades, y vivía en una plácida felicidad por lo que la mayoría no se enteró y los que lo hicieron alabaron tan justa decisión. Decisión que evitaba que los correveidiles de los reinos vecinos trasladaran las noticias de las visitas a la cárcel de los sobrinos y hermana del apuesto rey.
El reino no solo era feliz sino también justo. Cierto es que había algunos justicieros que cometían arbitriaridades. Pero el valido, poseedor del conocimiento de la justicia verdadera, consiguió el nombramiento para el Gran Tribunal de los juristas más capacitados y eruditos, que se encargaban de corregir los desmanes de los justicieros indocumentados. Se conoce el caso de uno que envió a las mazmorras a Maese Flesa, probo y honrado prestamista cuya única falta fue ser amigo de otro valido precedente. Anteriormente otro justiciero de dudosa reputación tuvo la osadía de investigar la Asociación de Amigos del Valido. Afortunadamente prevaleció la justicia y los atrevidos impresentables fueron apartados de sus funciones.
En otra ocasión los justicieros cometieron el error de liberar a un terrible criminal alegando que había cumplido parte de su condena en un reino vecino, pero el sabio Gran Tribunal revocó su decisión y lo devolvió a las mazmorras ante el alborozo del pueblo. Cierto es que en un caso precedente el Tribunal Superior de la Confederación de Reinos Felices ya les había hecho saber que debían dejar en libertad a otra sanguinaria delincuente de la misma banda. Por suerte prevaleció la justicia y el criminal siguió penando. Puede que después el TSCRF volviera a rectificar a la justicia del Reino Feliz, pero el valido lo que quería era que el pueblo lo aclamara para continuar en su cargo, después ya se vería.
Aunque era un reino feliz existían algunos condados que querían ser aún más felices. Durante años en uno de ellos imponía su voluntad un conde de la raza de los medianos ya anciano. Para evitar que soliviantara a sus súbditos todos los validos precedentes le permitían que se quedara con parte del oro que circulaba por su feudo. Pero le sucedió un ambicioso iluminado que quería aún más cantidad de oro y soliviantó a su pueblo. El valido reaccionó y el ratonil Recaudador Mayor se puso a trabajar. Poco después el justo sistema judicial, como por ensalmo, encontró irrefutables pruebas que inculpaban al conde retirado y su familia, tomando algunas medidas, aunque procurando no molestar en exceso al levantisco condado.
En este condado, como en el resto del Reino Feliz, también existían justicieros errados. Uno de ellos cometió la atroz ilegalidad de elaborar un borrador de Carta de Leyes que rigiera el condado cuando se convirtiera en el Reino Aún Más Feliz. La justa Justicia del Reino Feliz fue de nuevo tajante y lo apartó de su labor por atentar contra la Carta de Leyes verdadera.
En el Reino Feliz no había lugar ni para la arbitrariedad ni para la inseguridad jurídica. Sus felices súbditos siempre sabían a que atenerse.
Lamentablemente este es un cuento antiguo de los Tiempos Antiguos. En el mundo actual la realidad es mucho más cruda y dura. Existen regímenes como Rusia, China, Arabia Saudí, Venezuela, etc., donde sus habitantes son perseguidos, torturados, asesinados o encarcelados injustamente. Evidentemente hoy día no se hacen las cosas como en los cuentos añejos. Deberían ser más justos y actuar como actuaban el rey y el valido del Reino Feliz.
Fermín- BUXO
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